Un paraíso en el desierto (parte 2)

Recuerdo haberme levantado antes de que sonara la alarma, me puse una playera, un suéter y me apuré en llegar al puente en la bicicleta antes de que dieran las 8.

La noche anterior había planeado junto con Nata ir a andar en bici muy temprano para ver el amanecer, el que no se levantara le iba a dar un par de cervezas al otro. Suficiente motivación o no? Jajaja pues juro que me levanté para ver el amanecer.

Eran las 8:15 y yo seguía en el puente viendo como el sol se hacía más evidente e intenso con el paso de los minutos. La última vez que había intentado ver un amanecer había sido en Veracruz en un fin de año, y como muchos en Veracruz sabrán, siempre esta nublado. Así que esta vez me tocó ver como el sol se elevaba sobre el mar rojo, a miles de kilómetros de casa, no había experimentado una sensación de tanta calma desde hace mucho.

Ya de regreso en el hostal y con la respectiva foto posteada al grupo de Facebook para hacer efectivo mi premio, comenzó la interminable ola de mensajes en el Messenger. Que cuanto iba a costar el transporte, que a qué horas teníamos que movernos, que si íbamos a comer aquí o allá, en fin. El plan era ir al famoso agujero azul de Dahab, célebre por su profundidad, por las vidas de los buzos que se ha llevado pero sobre todo por el grandísimo arrecife de coral a escasos metros de la costa. Aclaro, íbamos a hacer snorkel no a bucear.

Antes de reunirnos todos, fui a dar un último paseo en bicicleta por el sur del pueblo. Hay una pequeña península que es de tan poca profundidad que crea una especie de lago cristalino excelente para tirarse al suelo a disfrutar del sol. Y con el tiempo encima, volví al hostal, tomé mi mochila y me fui al puente donde ya había varios esperando.

Pasado el mediodía, llegó por nosotros una pequeña camioneta con batea. Tuvimos que apretarnos los que íbamos adelante al igual que los que iban atrás para poder caber. No fue un camino largo, si acaso unos 25 min en una carretera de dos carriles bastante limpia pero sin ninguna señalización.

Tan pronto finalizó el camino pavimentado, el terreno estaba bastante accidentado y la camioneta nos dejó al inicio de la línea de restaurantes tipo choza que se extendía por toda la costa. En cuanto vimos el primer restaurante semi vacío nos instalamos tan pronto pudimos.

Pagamos, fuimos a por nuestros equipos de snorkel que al principio me dio un poco de asco el simple hecho de saber que cientos de personas los habían usado antes, pero pues ya que le iba a hacer ya estaba ahí. No quisimos perder el tiempo y nos fuimos la mayoría a hacer snorkel.

Tan pronto pisé el agua, pude notar el coral lo que me dificultó bastante el caminar. El agua estaba más fría que los huevos de un pingüino pero al poco tiempo de estar ahí me adapté y no tuve mayores problemas para empezar a nadar. No eran más de 15 metros de la costa y ya estaba en el agujero. Me senté en el borde de los corales para observar la profundidad del lugar. A pesar de que el sol iluminaba perfectamente la superficie y las paredes del arrecife, en cuanto se observaba más al centro, el agua se tragaba la luz del sol para tornarse negra. Quería suponer que no había tiburones ni nada que me pudiera matar ese día.

Con el snorkel bien colocado empecé a recorrer el arrecife sumergiéndome yo supongo que no más de 5 metros en cada inmersión.

Solamente había hecho snorkel 1 par de veces en mi vida pero este era otro nivel. Peces de muchos colores, grandes, pequeños, estrellas de mar, erizos y un arrecife de formas tan extrañas como impresionantes que se extendía hacia la profundidad en tanto alcanzaba la vista.

No pasaron ni 20 minutos cuando noté que el bendito snorkel no funcionaba correctamente porque el tubo no estaba bien sellado y a los gogles se les metía el agua. Salí a buscar otros pero no encontré nada mejor. Volví al agua cuando me di cuenta de que Tie se iba a salir, le pedí sus gogles y volví a sumergirme.

Después de casi una hora, ya cansado opté por irme a descansar junto con los demás. El problema es que me desubiqué del camino que llevaba a la costa, lo que sucede es que no se puede salir por cualquier lado, el arrecife esta minado con erizos. Y como era de esperarse, en cuanto apoyé mis manos en una parte del arrecife sentí el dolor de las espinas del erizo haciéndome perder el balance para apoyarme con una rodilla que tocó a otro erizo. Me regresé al agua profunda para nadar y buscar la salida, en cuanto la encontré me las arregle como pude para ponerme de pie. Estaba descalzo, y caminé por el pequeño camino que daba a la costa, no sin antes pisar otro erizo casi a punto de tocar tierra. Putos erizos me hicieron la salida tan difícil como pudieron.

Según los lugareños, no había mucho que hacer, solo esperar un par de días y que solito mi cuerpo iba a expulsar las espinas. Incrédulo, me fui a sentar con los demás para comer.

El dolor se me olvidó en cuanto empezamos a platicar todos, escuchar música, cantar un poco, sorprendernos con los niños que vendían baratijas ya que sabían vender por lo menos en 3 idiomas.
Terminamos jugando cartas, en uno de los varios juegos me tocó perder y como era de castigos, me tocó tomarme una botellita de salsa “super picante” Heinz. Sabía a puro chamoy pero igual me hizo arder el estómago.

Volvimos a Dahab en cuanto el sol se empezaba a ocultar. Y nos volvimos a reunir en la noche para cenar. Fue así como se terminaron los mejores dos días, por mucho, que había pasado en Egipto. Esa noche nos despedimos todos, igual nos volveríamos a ver en Cairo pero unos nos regresábamos a la mañana siguiente y otros iban a otros pueblos en el Sinaí.

Y es que no recordaba lo bueno que era pasar un fin de semana haciendo cosas fuera de la rutina con personas agradables que ni siquiera conocía bien. Viajar solo tiene sus ventajas pero viajar en grupo ofrece mucha diversión. Desgraciadamente no podemos alargar el tiempo, aunque luchemos por extender las buenas experiencias tanto como podamos, todo tiene un fin, lo único que podemos controlar al cien por ciento es lo mucho que disfrutemos esas experiencias. No disfrutarlas al máximo es simplemente un desperdicio de tiempo.

Y así llegó el domingo, día en que teníamos que volver a Cairo. Me levanté antes que todos para poder regresar al lago por última vez y ver el amanecer.  Disfruté tanto como pude la calma que la soledad ofrece, estaba completamente solo en el lago, solo se escuchaban algunas aves y el sonido de las olas, me recosté en la orilla a ver como el sol subía. Ese sin duda será uno de los momentos con mejores sensaciones que se quedará en mi memoria.

Volví un poco apresurado al hostal, terminé de alistar mis cosas  y me fui junto con Anirud y Tie a la central de autobuses. Nuestro bus salía al mediodía.

Dormí poco en el camino, pero lo suficiente para no sentirme cansado. El bus estuvo atrapado más de una hora poco antes del túnel del canal de suez porque lo estaban reparando. Cuando seguimos nuestro camino ya no hubo más paradas.


Llegamos a Cairo casi a las 9 de la noche, esa ciudad tan ajetreada, con todo el bullicio de una mega ciudad y ninguna semejanza con el ambiente tranquilo de Dahab. Estábamos de vuelta en la estresante vida de rutina.

Camellos en Dahab.

El Mar Rojo en Dahab

Camino a las montañas, viviendo libre.

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