Malditas dudas.

Esta vez no voy a ahondar tanto en el lugar sino en las personas. Porque somos las personas los que nos causamos problemas a nosotros mismos y por supuesto a los demás.

Pero para que entiendan de lo que hablo, primero voy a empezar por explicar mi rutina de trabajo durante el casi mes que estuve en Cairo.

Debía llegar al trabajo todos los días a las 9 de la mañana. Para eso me tenía que levantar a las 7 de la mañana, bañarme, vestirme, si podía cocinar cocinaba algo sencillo o de otro modo me compraba algo de comer en la calle, caminaba hasta el metro, y en una hora y 15 min llegaba a mi trabajo. Salía del trabajo todos los días a las 5 y media y llegaba al hostal a las 7 (así es, aún seguía en el hostal), trataba de leer un poco o si acaso estudiar un poco de árabe, y cuando llegaba Rodrigo generalmente salíamos a caminar por la ciudad, platicábamos de todo, fumábamos shisha (busquen en google), cenábamos y de nuevo a la casa para prepararnos al siguiente día.

Esa rutina se repetía casi sin alteración de lunes a jueves. Mi trabajo como tal no era monótono pero no era muy relevante para mí. Ahí yace el problema que desencadenó muchos otros pero también me trajo muchas cosas buenas.

Cada día mi nivel de aburrimiento era mayor al del día anterior. En ese momento no sabía si el problema era yo o no, no sabía si era capaz de adaptarme realmente o no, pero lo que sí sabía era lo que no me gustaba y que definitivamente ese estilo de vida que llevaba no era lo mío. He aprendido a ser partidario de agradecer lo que uno tiene y apreciarlo porque hay muchas otras personas que soñarían con tener la oportunidad de ir a trabajar. Pero no porque tengamos algo que otros sueñan, significa que debamos de mantenerlo, al menos no si no nos hace felices.

A cada rato mi mente me recordaba la imagen que veía todos los días al ir al trabajo; cientos de personas caminando en una misma dirección, abordando el metro en masa, con tareas impuestas, muchos con la mirada claramente perdida yo creo que porque tenían otras cosas en la cabeza, pero todos siendo parte de lo mismo, de una misma rutina y de un mismo sistema.

Siempre me he considerado una persona diferente, aunque creo que todos en algún punto de nuestra vida lo hacemos. Y por esa misma situación es que cada día que iba al trabajo me sentía un poco peor emocionalmente; no me hacía feliz el hecho de saberme parte de una multitud sin más, tan igual al resto, con el único propósito de conseguir dinero. Sencillamente me hacía sentir mal lo que desde hace mucho tiempo he odiado: una vida sin sentido.

Y así pasó ese primer mes, yo haciendo algo que cada día me hacía dudar más de quien era y qué quería y tratando de remediarlo. Cuando dejas de sentirte como tú mismo, entonces sabes que hay un problema que se debe de remediar de inmediato o de otro modo te puedes ahogar en un mar de dudas existenciales, y una crisis existencial era lo que menos deseaba en ese momento.

Los fines de semana eran ese tipo de escapatorias necesarias que buscas ansiosamente cuando te encierras en un mundo de rutinas y pocas emociones. Siempre hay dos opciones, o te acostumbras y tratas de divertirte con lo que hay, o cambias por completo las cosas; generalmente me gusta aplicar la segunda.

Así es como el segundo fin de semana conocí a Hussien Sharawy, nos conocimos en una visita a un palacio “embrujado” construido en la primera década del siglo pasado (pueden googlearlo como “Qasr al baron cairo”), a este lugar fui con un par de colombianas, una amiga del trabajo, Rodrigo y una chica de Croacia. Solo para aclarar, el palacio está cerrado al público pero todos tienen un precio, en el caso de los guardias de seguridad era de 300 libras para dejarnos entrar.
El fin de semana siguiente conocí a Omar, quien era un amigo de Rodrigo. Fuimos a tomar un café (recuerden que acá esta difícil irse a tomar unas cervezas) a uno de los tantos restaurantes a las orillas del Nilo y pues todo estuvo bastante bien. Ese día Omar invitó a un amigo suyo de nombre Medjat, que nos cayó bien a mí y a Rodrigo pero ambos coincidimos en que el tipo hablaba mucho.

Ese Medjat es de las personas que parecen nunca tener nada que hacer, tan nada que hacer que le mandaba whatsapp a Rodrigo a cada rato desde entonces, y pues hasta parecía que quería algo con él y sin embargo; Rodrigo no perdió nunca la calma y que bueno que no lo hizo ya que la siguiente semana tuvimos una de las salidas que por azares del destino fue una de las que más frutos dio.

Ese día antes de salir, Rodrigo me dijo que no tenía muchas ganas de salir y en especial con Medjat. Yo tampoco estaba muy animado pero igual me convencí para ponerme en el ánimo de salida nocturna, así lo hizo Rodrigo también. Así es como fuimos al bar llamado Happy City, el lugar se ubica en la azotea de un Hotel muy cerca de donde nuestro hostal. Una vez ahí nos encontramos con muchas personas de muchas nacionalidades todos sentados alrededor de un par de mesas fumando shishas y bebiendo cervezas pero igual yo solamente estaba platicando con Rodrigo de lo mismo que platicábamos casi todos los días.

Fue en ese momento que me di cuenta que estaba perdiendo una gran oportunidad, la oportunidad de conocer personas.

Si algo he aprendido es a perder el miedo de conocer personas y de llenarme de experiencias. Todas las personas tienen algo que aportarnos, mucho o poco, bueno o malo, siempre está en nosotros aprovechar esas pequeñas oportunidades de aprender algo de alguien más o de dejar que nos enseñen algo de nosotros, solo es cuestión de poner atención.

Fue entonces que le dije a Rodrigo que debíamos de cambiar lugares con los demás, simplemente para integrarnos porque parecía que muchos de ellos ya se conocían. Después de esa pequeña decisión, toda la salida valió la pena. El primero con el que hablé fue con Karim, un rumano que habla como 5 idiomas y entre ellos el español, bastante buena onda el tipo. Hablé con Marina y Nata que son un par de ucranianas que vivían en Cairo, con Carla una chica de namibia (novia de Karim), Abdo (roomie de Karim) y pues básicamente ellos.

Cuando terminó la reunión o lo que sea que haya sido, Karim nos dio un raite a Rodrigo y a mí al hostal, no sin antes planear un viaje de fin de año ya que, aunque aún faltaba poco más de un mes, Rodrigo tenía bastante interés en ir a Luxor que es uno de los pueblos con más historia en Egipto.
La verdad es que a veces no tenemos la menor idea de las consecuencias buenas o malas de decisiones tan pequeñas como en este caso habernos cambiado de asientos. Por el momento todo quedó en una noche agradable, ya veremos después.

Pero los días pasaban y yo, aunque más adaptado a las situaciones y a los egipcios, comenzaba a extrañar México a sobremanera. De cualquier forma seguí con todo y mis dudas e inseguridades, al final de cuentas soy fiel creyente de que al final todo debe salir bien y si no sale bien, entonces no es el final.

Por desgracia hay veces que las cosas no se dan tan rápido como queremos. En el trabajo la verdad es que no había logrado mucho de lo que quería cumplir y cada día perdía más el interés.
El día 20 de Noviembre, el dueño del hostal nos dice que debemos de abandonar el hostal porque ya se había acabado el contrato. ¿Cuál contrato?, le llamamos a los de la organización de prácticas para aclarar el asunto, y pues nada nos dijeron que efectivamente dejaríamos el hostal. Vaya de antemano se supone que solamente íbamos a estar un par de días en el hostal que al final se convirtieron en un mes, la cosa es que al llamar a la organización ellos no tenían un departamento ya listo y pues ni modo que nos íbamos a quedar en la calle.

Hablamos con el dueño del hostal para que nos dejara tan siquiera quedarnos otro día y acepto. La organización nos prometió tener un departamento al siguiente día, pero nosotros tan desconfiados pues les llamamos varias veces para checar todo tipo de detalles. Al día siguiente, un representante de la organización nos llamó para avisarnos que ya habían encontrado apartamento y que nos mudaríamos ese mismo día. Arreglamos nuestras cosas, fuimos al punto de encuentro, a la hora que quedamos y entonces oh sorpresa, no estaban ahí, no había nadie conocido alrededor y aunque era un centro comercial; parecíamos indigentes con maletas pidiendo dinero.


Sin más opciones más que estar ahí, nos tocó quedarnos a esperar a que llegaran por nosotros…

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