Cambio Radical

Estaba ya descansando sobre un puff en la pequeña sala donde vivía Kothu, el chico que me dio hospedaje. Mi siguiente misión era encontrar un apartamento o al menos un lugar en donde quedarme hasta encontrar uno.

Pero no quería en ese momento hacer nada de eso pues lo único a lo que estaba dispuesto era a disfrutar esos 3 días que iba a estar libre antes de ir al trabajo.

Kothu me invitó a desayunar y fuimos a uno de los tantos locales que había en la calle, el tráfico y el movimiento era frenético pues absolutamente todos manejaban sin el menor cuidado, las motos brillaban por su abultada presencia en las calles y los movimientos erráticos pero a la vez fluidos entre los pequeños moto-coches.

Llegamos al pequeño restaurante y lo primero que llamó mi atención fue el hecho de que todos estaban comiendo parados y con los dedos. Vamos que en México también comemos con los dedos cuando se trata de utilizar tortillas pero acá el asunto es diferente. Algunos comían arroz bañado en salsas de colores varios, otros comían unas especies de discos de arroz blancos que también los bañaban en las salsas.

Fue entonces que me di cuenta del porqué me mencionaban tanto lo de la mano izquierda, dado que todos comen con la mano derecha, pues se limpian el culo con la izquierda, es por eso que nada de saludos con la izquierda o utilizarla para cualquier otra cosa que no sea limpiarse el asunto.

Yo me pedí un tipo de hotcake gigante y delgado que estaba crujiente y hacía las veces de un envoltorio del puré de papa que contenía, el nombre del platillo? “Masala Dosa” y de ahora en adelante sería mi desayuno favorito al cuál desarrollé una adicción casi al tiempo en que lo probé esa primera vez.

Masala Dosa, mi desayuno favorito
De regreso a la casa lo primero que hice fue llamarle a Meghana, la chica India que conocí en Egipto (y que me gustaba). “Quien eres y qué quieres?” me contestó con una voz claramente desconcertada al no saber quién le llamaba y un poco de temor al darse cuenta de que el que la llamaba sabía su nombre, y justo cuando le iba a decir quién era me colgó el teléfono la cabrona.

Le mande entonces un mensaje normal, diciéndole que era yo y que me contestara el bendito teléfono, (si hay algo que me caga es que me cuelguen). Ya con la seguridad de saber quién la llamaba nos pudimos poner de acuerdo para salir, vernos y de paso tomar unas cervezas.

Eran como las 6 cuando llegué al bar donde habíamos quedado, la vi recargada en el barandal de la terraza, no pude evitarlo así que corrí a abrazarla, y no por el hecho de que fuera exactamente ella sino porque el simple hecho de verla me hacía recordar Egipto, me hacía darme cuenta que a pesar de que los ciclos terminan, algunas personas van a estar ahí en el siguiente.

Tomamos un par de cervezas, me comí una hamburguesa vegetariana y platicamos mucho, en especial de las diferencias del lugar en el que estábamos ahora con respecto al último en el que nos vimos. Y sí las diferencias eran muchas, un bar, alcohol, hamburguesas vegetarianas, mujeres y hombres en un mismo establecimiento sin restricciones gracias a la religión, etc.

Terminando decidimos ir al “centro” de la ciudad a donde se encuentran varios bares y en donde toda la “chaviza” se reúne para ponerse estúpida. La calle a la que fuimos estaba llena de bares por ambos lados de la acera y con luces de colores que me daban ese aire de ciudad asiática con gente loca.

Entramos a uno de los tantos bares como eso de las 8 de la noche, vi muchos indios bailando en evidente estado de ebriedad, sin ton ni son pero divirtiéndose al fin y al cabo. Aunque extrañaba el ambiente de fiesta y que esta ciudad sin duda ofrece, hay algo que no me terminaba de convencer pero bueno, no quedaba más que terminarme mi cerveza.

Meghana (Meg de ahora en adelante) me dijo que tenía que irse ya a su casa y que aparte todos los bares estaban a punto de cerrar. “como así?” le pregunté con bastante sorpresa pues apenas eran las 11 de la noche, “así es acá” me dijo sonriendo sabiendo que yo no estaba contento con la respuesta. 

La acompañé a la estación de metro que estaba casi cruzando la calle, la abracé de nuevo y quedamos de vernos el siguiente fin.

Al día siguiente me contacté con uno de los chicos de la organización para arreglar lo del lugar en el que me iba a hospedar. Me fue a buscar en su motoneta a la casa de Kothu, anduvimos como 3 horas buscando departamentos y PGs que son como tipo vecindades de cuartos compartidos, como no encontramos nada que estuviera realmente cerca de mi lugar de trabajo, nos tuvimos que conformar con que yo me quedara en un PG en una zona muy cercana a donde vivía Kothu y como a 20 minutos de distancia en bus de mi trabajo, no me parecía mala idea.

De vuelta a la casa de Kothu, recogí mis cosas y le dije que me iba, él se ofreció a llevarme así que acepté para no caminar. Le di las gracias y me alivió el hecho de que ya no tuviera que estar en su casa. Me gusta que la gente hable pero no me gusta que la gente se esfuerce por mantener conversaciones, en el caso de Kothu hablaba hasta por las narices y se reía de casi cualquier cosa pero no era una sonrisa natural sino el resultado de un hábito, al punto en que me llegó a incomodarme el hecho de hablar con él.

Vida en vecindad


Puse mis cosas en un mini locker individual en donde apenas si cabían mis pertenencias. No había nadie en el cuarto pero la otra cama individual me daba a pensar que obviamente compartiría esa parte de la habitación con un indio.

Me puse a leer, hasta que cayó la noche simplemente esperando a dormir y a que llegara el lunes que era mi primer día de trabajo. Pero no pude hacer eso sin que antes llegara el indio que iba a estar en la otra cama y tan pronto supo que no yo no era Indio me empezó a bombardear de preguntas.

Le contesté porque todas sus preguntas eran bastante inocentes y sinceras, eran hechas por alguien que estaba genuinamente sorprendido de conocer por primera vez en su vida a un extranjero, sonará un poco arrogante pero me dio gusto contarle que había un mundo allá afuera al que él también podía ir si se lo proponía.

De Godínez, comienza el calvario.


Me desperté a las 7 de la mañana, emocionado por mi primer día de trabajo pero un poco triste de que mis vacaciones habían terminado. Desayuné la comida que la señora de la vecindad había preparado para todos. Era arroz con una salsa amarilla y tortillas a las que acá llaman “chapati” pero que no son otra cosa que tortillas hechas con harina de trigo y con un color muy similar a las tortillas en México, el sabor si dista bastante pero igual son buenas.

Eran las 8:50 cuando llegué a la oficina, no había absolutamente nadie y tuve que esperar sentado en una de las bancas de la entrada junto con un indio que también era su primer día de trabajo. Una hora después al fin llegó el tipo de recursos humanos y me empezó a hablar del trabajo y de mis funciones, me dio el contrato para que lo firmara y después me mostró mi lugar de trabajo.

Aun tímido por el hecho de ser nuevo, me senté en mi cubículo y me puse a estudiar los materiales que me habían dado para comenzar con mi capacitación. Mi primera impresión: “que aburrido está esto!”

Las horas pasaban y yo no podía evitar distraerme con cualquier cosa externa al trabajo, al menos a la hora de la comida me presentaron a los demás y me sentí ligeramente más cómodo.

Terminada la jornada de trabajo (sí a las 5pm), caminé a la parada de autobús, cogí el bus y en 20 minutos de intenso tráfico y bocinazos de absolutamente todos los conductores, llegué a la vecindad (PG) y me di cuenta que estaba bastante cansado mentalmente y eso que apenas era mi primer día de trabajo, eso me dio una muy mala señal…

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